Dos monjes caminaban con paso firme y silencioso de regreso al templo, volvían del último pueblo que habían planificado visitar ese día. Cada uno iba pensando en cómo le había ido en su labor diaria, la cual consistía en dar enseñanza y consuelo espiritual a los aldeanos a cambio de ropa y comida.
Song, el más alto y delgado, caminaba ligero y orgulloso, estaba deseoso de llegar para poder contarle al maestro el gran trabajo que había realizado ese día, – ¡Seguro que se pondrá feliz! Pensaba entusiasta…
Hasin, el joven aprendiz, iba pensando por su parte que él prefería no decir nada a su llegada, ya que por haber dormido mal creía no haber podido ofrecer la mejor versión de sí mismo, lo cual quizá molestara al maestro, algo que quería evitar a toda costa.
Tras casi una hora de caminata, y ya con el templo a la vista, la distancia de separación entre Song y Hasin se hacía cada vez más evidente; mientras el primero aceleraba el paso para llegar cuanto antes y culminar así su gran día, el segundo iba bajando el ritmo de su marcha, intentando retrasar lo que parecía inevitable.
Cuando restaban unos minutos para llegar al portón que daba la bienvenida a los residentes, Song se dio la vuelta, esperando inquieto y extrañado a que Hasin le alcanzara, y así entrar juntos al templo. Una vez en el interior el maestro les estaba esperando, y antes de que pudieran pronunciar palabra alguna, les hizo una señal con la mano para que se sentaran junto a él a meditar.
Tras unos minutos de introspección, el maestro abrió los ojos y dijo: Song, estoy seguro de que has tenido un gran día, tu sonrisa al entrar te ha delatado, sin embargo tu nerviosismo también. Has generado una fuerte expectativa sobre lo que iba a ocurrir, lo cual es parte del futuro que me he esforzado en enseñarte a evitar, y a pesar de que llevas aquí mucho más tiempo que tu compañero, es evidente que aún te quedan cosas por integrar…
En cuanto a ti Hasin, está claro que no ha sido tu mejor jornada, tus ojeras denotan falta de descanso. Has sufrido al pensar que las cosas se pueden hacer mejor de lo que se hacen; sin embargo siempre hacemos las cosas lo mejor que podemos en base a nuestro estado de conciencia y energía. Pero tu verdadero malestar proviene de la experiencia que viviste con tu familia, la cual forma parte del pasado que también te he enseñado a evitar.
Ahora iros a descansar dichosos, hoy habéis caído en la trampa del ego y ese es uno de los mejores regalos que se pueden recibir, ya que ganáis una historia que contar de la que otros pueden aprender…
Mañana os levantaréis con una gran enseñanza: “Si te traes el pasado a tu presente, lo proyectarás hacia tu futuro, y entonces la expectativa será inevitable.”
Un cuento original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia