Mi madre siempre me ha dicho que el Amor que siente por mi es distinto al que siente por mi padre, y por supuesto, diferente al que ella sentía por el suyo. También me dijo que el Amor que se tiene hacia un hermano no puede ser el mismo que hacia un hijo. Y el caso es que por mucho tiempo la creí, le compré la idea y así lo he estado experimentando en mi vida, con un gran conflicto interior que me ha traído muchos problemas y sufrimiento.
Sin embargo, a día de hoy, mis ideas están cambiado mucho, y esto es importante porque la forma que tienes de pensar determina cómo experimentas tu vida. Ahora pienso que mi madre lleva toda su vida confundida, y que de hecho, casi todo el mundo lo está. Lo que le enseñaron determinó lo que ha experimentado y, por lo tanto, es lo que transmite.
Ahora entiendo que mi madre no me hablaba de Amor, sino de querer, de necesidad, y en definitiva de apego. Comprendo que el Amor es incondicional, que no tiene niveles ni realiza distinciones, que no tiene dirección ni objetivo, que es el mismo para todo y para todos, pero especialmente, que está representado por la abundancia y la libertad, justo lo contrario de lo que me enseñaron. Y lo curioso es que ha sido mi responsabilidad, al decidir filtrar la realidad a través de las enseñanzas de mi confundida y al tiempo amada madre.
El conflicto es que en ausencia de Amor se gesta el miedo, el cual sobrevive en un vacío interno imposible de rellenar. Está representado por el ego, la carencia y la falsa necesidad de poseer, la cual es una ilusión de nuestra mente, ya que nada nos puede pertenecer. Pero si crees haberlo conseguido, aunque sea sólo temporalmente, aparece el inevitable temor a la pérdida, al que tan acertadamente denominamos apego.
Elijo pensar que no hay diferencia entre un Amor de madre, de hijo o de pareja. Elijo pensar que existe un sólo Amor, uno que está en todas partes, incondicional e infinito; uno que no emite juicios y que nos valora a todos por igual. Elijo pensar que ya todos somos parte de ese Amor, y que por tanto nada tengo que temer ni nada que hacer para ser amado. Pero si tienes miedo como lo tengo yo, entonces te costará proyectarlo; y sentirás miedo hacia ti mismo, y por lo tanto hacia tu prójimo, e incluso hacia la propia vida…
La buena noticia es que podemos modificar la manera en la que experimentamos la realidad, para lo cual es preciso cambiar la forma en la que hablamos a los demás, pero sobre todo, la forma de comunicarnos con nosotros mismos, modificando ese diálogo interno que tiene el poder de transformar cada uno de nuestros días, en el peor de los infiernos, o en el mejor de los paraísos. Empiezo yo… ¡Te Amo!
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia