Pensar, hablar y actuar en el mismo sentido parece una secuencia lógica. Sin embargo, tenemos el curioso hábito de ir en diferentes direcciones para cada una de estas acciones; lo cual nos va a generar malestar en mayor o menor medida, simplemente por la incoherencia interna que se produce. La clave, como suele ser habitual, está en el darse cuenta…
Cuando no estamos seguros de algo o nos sentimos indecisos, es cuando más fácilmente podemos notar este tipo de sensaciones internas y desagradables. De niños, cuando nos preguntaban algo y estábamos inseguros, se nos trababa la lengua o dudábamos unos instantes sobre cual era la respuesta más adecuada. Este es el perfecto ejemplo de lo que también nos sucede como adultos, y aunque ahora tengamos algunos trucos para ocultar nuestra inseguridad, normalmente sigue ahí vigente…
La buena noticia es que si tenemos inseguridad es porque la necesitamos, al fin y al cabo nos ayuda a tomar conciencia de las dudas que nos surgen a la hora de tomar decisiones, pero también nos invita a revisar nuestras prioridades en función de la situación, las personas y el entorno.
La inseguridad procede del miedo, el cual también nos protege, lo que demuestra que las emociones no son ni buenas ni malas, lo más correcto sería describirlas como adaptativas o no adaptativas, o lo que es lo mismo, que te informan y potencian o sin más te limitan.
Aunque rara vez nos damos la oportunidad, pararnos a pensar en lo que queremos de verdad, o en qué es lo que mejor se adapta a nuestra situación actual, es una de las mejores prácticas e inversiones de tiempo que podemos realizar. Eso sí, cuando tomes una decisión, asegúrate de que todo lo que piensas, dices y haces al respecto va en la misma dirección; de lo contrario, a tu decisión le faltan dos componentes fundamentales, la determinación y el compromiso para llevarla a cabo. Y en ese caso, para qué molestarte…
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia