Venimos al mundo desnudos, sin nada con lo que identificarnos más allá del calor, sustento y protección de nuestra madre. Nos cuidan y alimentan, creciendo hasta perder la inocencia al resignarnos ante el mayor de los engaños, la falsa creencia de que estamos separados los unos de los otros, de que somos distintos a los demás. Es la mentira de la identificación, donde existe un “Tu” y un “Yo” que nos aleja en lugar de acercarnos.
Es entonces cuando comienza la percepción de aislamiento y falsas necesidades, esas que van más allá del alimento, el abrigo y el refugio; el sentido de propiedad, de que algo me pertenece y por miedo no comparto. Así, cada vez que creemos que algo es nuestro, comenzamos a sufrir la inevitable pérdida de lo que no te puedes llevar al otro lado, asumiendo la extraña conducta de hacerlo con todo, personas, animales y cosas. Y ya sabes, a mayor número de “propiedades”, mayor sufrimiento por miedo a perderlas…
Cuando llega alguien a quién decides considerar “pareja”, comienza la fase de ando nos negamos a renunciar a ella, aunque a lo único que renunciamos es a sentirnos bien con cualquier otra, a entender que la verdad, es que todas esas sensaciones tan agradables que sentimos, las generamos nosotros mismos.
Pero la vida es una gran maestra y nos ama profundamente, y es por eso que nos quiere demostrar que esa no es nuestra verdad. Que con esas personas te sientes bien sólo porque decides abrirte y compartir sin medida eso tan maravilloso que llamamos Amor. Esa energía pura de la que todos estamos hechos pero que casi nunca nos atrevemos a mostrar. Quien sabe, quizá por miedo a ser felices…
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia