Conozco bien a los perfeccionistas, empezando por mi mismo, además es un adjetivo calificativo en el que me he movido con fluidez durante muchos años, y en cuyas aguas aún nado con soltura. Los perfeccionistas tienen muchos y variados compañeros de viaje, por supuesto, unos con más equipaje que otros… Por ejemplo los detallistas, los cuidadosos, minuciosos, suspicaces, quisquillosos o delicados; y también algunos más intensos, como los impacientes, exigentes, desmedidos, compulsivos y déspotas; actitudes que proyectan sobre sí mismos, y a menudo también sobre los demás.

Soy de los que piensan que, a nivel interno, siempre hay que seguir mejorando; y que de hecho, una de las actitudes más importantes que podemos cultivar, es el de la mejora constante. Sólo con observar las situaciones que nos molestan del exterior, o cómo nos enojamos por exceso o ausencia de ciertas actitudes de las personas de nuestro entorno, ya tenemos un campo enorme y constante de trabajo y mejora interna. De ahí la conocida frase “Lo que no me gusta en ti, lo corrijo en mi”.

Y si somos sinceros, el perfeccionista sufre, y sufre mucho. El nivel de responsabilidad y auto exigencia puede llegar a ser tan alto, que uno puede terminar por agotarse y enfermar. Así pues, es fundamental poner límites, de lo contrario la presión interna y externa a la que estas personas se exponen, puede llegar hasta niveles insospechados. Los que han pasado por eso o conocen a gente que vive así, saben de lo que hablo…

Cuando aparecen personas perfeccionistas o híper responsables en mi consultorio, algo bastante común, lo primero que hago es hacerlos conscientes de ello, ya que muchos ni siquiera se han dado cuenta o no lo reconocen. A continuación, suelo preguntarles cual es el sentimiento o emoción que les hace mantener esa conducta compulsiva y auto limitante. También, qué es lo que están evitando con ello, o de qué familiar o cuidador han copiado dicha actitud y comportamiento. Y por último, les cuestiono sobre el objetivo, es decir, qué tendría que pasar para que dejaran de hacerlo, o hasta cuando tienen pensado seguir actuando así.

Dice la famosa frase, que “La perfección no existe”, y aunque parezca una paradoja, quizá sea cierto, al fin y al cabo creo que siempre hemos sido, somos y seremos perfectos, y por definición, lo que ya es perfecto es imposible de mejorar.

Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia


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