Hay personas para todos los gustos, altas y bajas, obesas y delgadas, rubias y morenas… También con diversas personalidades, simpáticas, tristes, enfadadas, alegres, miedosas, confiadas, tímidas u optimistas, entre otras muchas… Y sin embargo todas tienen algo en común, la necesidad de comunicarse y relacionarse con otros. Y ya que hablamos de esto, me gustaría preguntarte ¿cuál es tu personalidad predominante? y, lo que es más importante ¿cómo te ayuda a relacionarte con los demás?
De pequeño fui muy tímido, de hecho, tardé bastante en empezar a hablar, y sin embargo es algo que he ido modificando con el tiempo. Desde hace años puedo presumir de tener muchos grupos de amigos, y aunque por mis viajes y trabajo no los disfruto todo lo que me gustaría, tengo una excelente relación con todos ellos, al menos en la dirección que va de mi corazón al suyo. En este sentido puedo decir que soy un ejemplo de lo que, en principio, podría parecer muy complicado de cambiar. Y si me preguntas cual ha sido mi motivación, te diré que siempre fue y será ser mejor, mucho mejor.
En el mundo de las apariencias, prácticamente todo se puede cambiar, sólo tienes que darte el “sí quiero”, empezar a modificar lo que “has hecho siempre”, y mantener firme el timón el tiempo necesario hasta que tu entorno tome conciencia y acepte que ahora tú también eres mejor. Esto, que a priori puede parecer difícil es en realidad muy fácil, sólo requiere de cierta disciplina, confianza en el proceso y una pizca de paciencia.
Uno de los trucos mentales que utilizo para lograrlo es pensar que mis cambios personales no sólo me ayudan a mi, sino que también otras muchas personas se van a beneficiar directa o indirectamente, al fin y al cabo en este mundo, o eres parte del problema o parte de la solución, y a mi me encanta solucionar problemas. Por eso te invito a que esta semana, reflexiones sobre qué pequeña conducta podrías cambiar con objeto de relacionarte más, en lo que significaría convertirte en mejor persona, y con el tiempo, en una aún mucho mejor…
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia