El origen del miedo es la ausencia de Amor, y según los maestros se inicia en la gran confusión, que es cuando empezamos a creer que estamos separados de los demás, que somos diferentes. De ese miedo a su vez surge la ira, la cual es una forma de ataque y de defensa al mismo tiempo. Y es que tanto los que atacan como los que se defienden tienen miedo, atacando o defendiéndose al sentirse atacados o por temor a perder algo…
La ira tiene muchas caras, y una de las mas sutiles es la indiferencia, quizá por ello es una de las preferidas del ego. Se esconde tras cualquier pequeña inquietud y, a pesar de percibirse de forma desagradable, tendemos a pensar que simplemente “nos da igual”, nos da igual esa situación, esa persona o esa circunstancia. Pero lo cierto es que sí que nos importa, sí que le damos valor, sólo que preferimos mirar para otro lado, hacer como si no pasara nada y en consecuencia no actuar, manteniéndonos en nuestra zona de confort.
A menudo digo que no puedes odiar a nadie sin amarle, lo cual genera mucha controversia, y sin embargo es totalmente cierto. Piénsalo, es difícil odiar a quien no conocemos, a pesar de que haya realizado auténticas atrocidades, no le dedicamos más tiempo del que dura el noticiero, más allá de esos minutos, se convierte en un simple recuerdo asociado con malestar, en el cual nos molesta pensar. Sin embargo, a las personas con las que compartimos nuestra vida, a los que nos la dieron, o a las que vemos a diario en el trabajo, a esas sí que les guardamos resentimiento, y como está mal, preferimos la indiferencia…
Pero, y a la gente de la calle ¿qué sientes por ellos? Pues exactamente lo mismo, indiferencia, la cual es ira, que viene del miedo y que al mismo tiempo es una defensa y un ataque, y que aparentemente nos “protege” de los demás, que son distintos a nosotros, porque un día nos confundimos y acordamos que fuera así…
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia