“Nada” era alguien importante, sólo que no lo sabía o no quería saberlo… Tenía poca confianza porque no se amaba, y se justificaba en su pasado para seguir pensando y creyendo que no tenía valor. Había visto a otros actuar de forma parecida, pero aún así creía que lo suyo era lo peor, lo más negativo y que nadie lo entendería porque nunca podrían sentir lo mismo.
“Nada” corría internamente de un lado para otro buscando un “qué” o un “cuando”, sin saber muy bien “por qué”. Sólo deseaba, por encima de cualquier otra cosa, tranquilidad y sosiego, pero su hábito de juzgar todo lo que veía, hacían de la inquietud y el nerviosismo sus inseparables compañeros de aventuras.
“Nada” se criticaba ferozmente, era perfeccionista y rara vez tomaba decisiones importantes. Además, se comparaba con las personas que eran mejores en cada uno de los ámbitos que le pasaban por la cabeza. Como consecuencia de ello, su cuerpo le regalaba sensaciones desagradables que le avisaban cada vez que no elegía el camino correcto.
Un día cualquiera, “Nada” se rindió, tumbándose en el suelo y abandonándose a su suerte. De repente, observando con atención el vuelo de unas golondrinas en el cielo, dos sensaciones emergieron de su cuerpo: el espacio interior de la verdadera libertad y la tranquilidad que concede el ver las cosas desde otra perspectiva… ¡Y se liberó!
Ese simple instante, transformó a “Nada” en “Todo” y desde entonces, sonríe al mundo, sintiéndose parte integrante e importante del mismo. Ahora “Todo”, comprende algo que ya había oído hace mucho: “Cambiar la forma de verte a ti, modifica el cómo ves a los demás, y te permite descubrir, las cosas buenas a las que no prestabas atención.”
Y es que “Nada” podemos ser todos, pero sólo siendo “Todo” te ayudarás a ti y a los que siguen creyendo ser “Nada”.
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia