Las principales razones por las que he estudiado y practicado crecimiento personal todos estos años han sido dos, eliminar o minimizar la gran frustración que he sentido desde niño, y mi profundo convencimiento de que sólo predicando con el ejemplo podría ayudar a los demás, en el que ha sido y es mi deseo más ferviente. Estas dos razones me han motivado a buscar mucha información, filtrarla a través de la experiencia propia, resumirla y simplificarla; algo que a día de hoy, aún sigo haciendo. Y después de todo este tiempo, me doy cuenta de la gran verdad que esconde la conocida frase “La información es poder”.
En la actualidad, tenemos acceso a una cantidad de información pendiente de explorar virtualmente infinita, sólo tenemos que tomar la decisión de empezar a dedicarle el tiempo necesario para experimentarla. Por fortuna, ya hay muchas personas que lo han hecho antes que nosotros, lo que nos facilita enormemente el proceso de recorrer el camino. Estas personas, a los que muchos llamamos profetas, maestros o iluminados, han dejado y dejan muchas pistas sobre qué practicar, a qué renunciar, y qué priorizar en tu vida para alcanzar el mismo estado que ellos han logrado.
Y es justo ahí, aunque nos cueste reconocerlo, donde nos podemos dar cuenta de que siempre estamos eligiendo el tipo de vida que tenemos. Y que una vez en la edad adulta, somos totalmente responsables de nuestra felicidad y bienestar interior. Lo hacemos priorizando ciertas áreas de nuestras vidas en contraposición a otras, y si bien es cierto que la mayoría de las personas lo hacen de forma no-consciente, también lo es que con otras muchas cosas sí sacamos el tiempo para pensarlas, juzgarlas e incluso, quejarnos amargamente de ellas, como la economía, el trabajo o el gobierno en funciones.
Últimamente, cuando una persona viene a mi consulta y me cuenta su problema o conflicto le pregunto ¿quieres una terapia para sentirte mejor o la información práctica para trascender tu experiencia? Y ellos son los que deciden… Porque elegir, elegimos siempre, aunque lo hagamos de forma automática. Que tengamos la libertad o el libre albedrío para hacerlo, no significa que todo el mundo lo sepa, sea consciente o simplemente lo haga.
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia