Hace unos años presencié una situación singular, dos personas adultas discutían sobre política, una era conservadora y la otra progresista. Tras unos pocos minutos los ánimos se fueron caldeando y las voces se elevaron, la situación se complicó hasta tal punto, que hubo que intervenir para que no se golpearan. Para mí fue una experiencia difícil de entender…
Poco después supe que sus abuelos, a los que no conocieron, habían fallecido en la guerra civil a manos del bando contrario. Ahora todo encajaba, no discutían por las ideas políticas, lo hacían por el odio que les habían proyectado sus padres, estos sí, víctimas directas del drama. Ellos sólo defendían una posición basada en un arraigado sentimiento no-consciente.
Cuando discutimos, lo hacemos para proteger una idea con la que nos identificamos emocionalmente. Es algo así como si la idea fueras tú mismo, luego si alguien la pone en entredicho, te están atacando a ti. Lo bueno es que, si eliminas el sentimiento asociado, dejas de sentir eso como tuyo y, cuando ya no hay nada que defender.
“En toda discusión, no es una tesis la que se defiende sino a uno mismo.” Paul Valéry
Texto original de Miguel Ángel Pérez Ibarra para Emoconciencia